Social reading vs. Dejame leer en paz

Como buen lector que soy, me gusta compartir lo que leo. En una mezcla de petulancia (“Mirá que cuuuurto que soy que leí esto”) con un genuino deseo de conversación (“¡Este libro está buenísimo!”), a todos los lectores nos gusta contar qué leemos o -al menos- sacarnos lustre de lo que hemos leído (aunque nunca le voy a creer a nadie que haya leído completo “Das Kapital” de Mark o “Ulysses” de Joyce).

Podemos llamar a las cualidades que nombramos antes, la cualidad social de la lectura. Es decir, el comentar, recomendar y compartir lo que uno está leyendo o ha leído. Y hasta acá, todo está muy bien.

Lo que ningún lector -y acá me estoy aventurando un poco con lo de ninguno, pero estoy bastante seguro- decía, lo que ningún lector va soportar es que lo interrumpan cuando lee. Ni con un tweet, ni con post de Facebook, ni con la mar en coche: no. Fuera. Dejame leer en paz.

Pocas cosas me parecen tan diabólicas como la idea de sentarme con mi libro favorito y que me aparezcan avisos en el mismo libro de que Fulanito también está leyendo lo mismo, o que comparte un texto del autor Pirulo o simplemente que terminó de leer la obra de Sutano. Infierno. Como decía Kurtz: “¡El horror, el horror!”.

Sin embargo, noto que esta es la fórmula que están aplicando todos los emprendimientos de lectura social. En la mayoría de los casos, se basan en la utilización de un software e-reader propietario que permite dedicarse a joder a otros lectores 24/7. Miren si no es cierto:

 

Readmill:

Creado por unos alemanes, el concepto en sí está muy bueno. Lectura social a pleno, pero justamente tiene el problema que comenté antes. En el momento de la lectura, la “socialitud” del asunto se te mete en el camino. Tengo entendido por lo que leo que les está yendo bien y que consiguen dinero generoso en diferentes rondas de inversión. Pero yo, que bajé el reader en mi iPad, me mataría antes de usarlo.

 

The Copia:

Más allá de que el nombre me parece horrible para el mercado hispano parlante, The Copia se basa en el mismo principio que Readmill: si usas mi software e-reader propietario, un mundo de maravillas se abrirán ante ti. Claro que el mundo de maravillas se parece mucho más a los bebés que lloran en un vuelo de noche o a los mosquitos que te zumban en la oreja una tarde de verano: un dolor de aquellos. Quién leyó lo mismo que vos, quién lo está leyendo, comentarios, subrayados, todo se entromete en el acto de la lectura.

 

Subtext:

¡Ah, la perversión hecha interrupción! Una vez más, si usas el cliente de Subtext, tu vida es mucho mejor, tu cabello es más sedoso y tus digestiones más profundas. Los muy malvados se ofrecen con un slogan que -por lo menos a mi- me da dolores de cabeza el sólo imaginarlo: “The first reading community in the pages of your book” (La primera comunidad de lectura en las paginas de tu libro”). No sé el resto de los humanos, pero en las páginas de mi libro no quiero NADA MÁS que las páginas de mi libro. No quiero una comunidad de lectores, no quiero un grupo de italianos comiendo fideos, no quiero una fábrica de hebillas de carteras, no quiero el secreto del universo: sólo quiero mi libro y que no me molesten.

 

Goodreads, Shelfari:

Debo ser sincero: estas dos últimas comunidades no caen bajo las categorías anteriores. De hecho, estan bien hechas y me parece interesantes. Especialmente Goodreads.

 

¿Por qué el interés por este tema? Y acá me parece oportuno hacer un disclaimer: estoy trabajando en una idea de red social de lectura llamada Lectorati. El objetivo simplemente es que cuentes qué estás leyendo, que puedas seguir a aquellas personas que te puedan parecer interesantes en sus lecturas y que -si tenés ganas- hagas un review de lo que leíste. Simple. Nade de clientes de e-reader propietarios. Podés leer en papel, podés leer en un Kindle o en un Nook. No importa. Lo que sí importa es qué estás leyendo.

Por ahora sólo está abierta la suscripción a lo que va a hacer el beta privado, pero si les intersa sumarse, pueden hacerlo acá.

 

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The zombie survival guide

Decía mi abuelita que nunca se sabe por dónde puede saltar la liebre.

Y si bien estoy convencido de que la posibilidad de que los Zombies se envalentonen y se nos vengan al humo de forma masiva es realmente poca, nunca está de más saber qué hacer ante esa eventualidad.

Por eso, Max Brooks, el autor de World War Z (que ya reseñé hace un tiempo) escribió la Guía de Supervicencia contra los Zombies.

Llena de datos útiles para combatir el apocalipsis zombie, Brooks nos cuenta con lujo de detalles las ventajas de la simple barreta contra un fusil de asalto, el cuidado especial que hay que tener con el zombie bajo el agua (viene caminando por el fondo y te da vuelta el bote, el muy huacho), algunas técnicas de lucha mano a mano cuando la cosa se pone muy complicada y un compendio de registros de ataques zombies que van desde la edad media a la actualidad

Y una nota de color para quedar bien en un cocktail de sobrevivientes mientras los muertos en vida intentan entrar a tu refugio y repartís Traviatas con jamón del diablo entre los invitados (después de todo es el fin del mundo como lo conocemos y saladitos, no va a haber): el término zombie todos sabemos que viene del creole hatiano, pero a esas tierras llegó con los esclavos de la actual Angola, que hablaban el idioma kimbundú y para referise a los muertos vivientes, utilizaban la expresión nzumbé. Y de nzumbé a zombié (recuérdese la pronunciación afrancesada), un solo paso.

Si te gustan las de G. Romero y te gustó World War Z, entrale a The Zombie Survival Guide sin temor. Pero con respeto, que después de todo, el tema es serio.

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Emprendedor del año: Luis “el Gordo” Valor

Luis "El Gordo" Valor: puro empuje entrepeneur

La decisión no fue facil. Argentina, se sabe, es un país generoso en emprendorismo. Pero luego de analizarlo sesudamente, nos dimos cuenta de que poca gente reunía la energía y los valores empresariales de Luis (para los amigos y compañeros de celda “El gordo”) Valor.

Su trayectoría, convengamos, no llega a los niveles visionarios de un Steve Jobs, pero como el mismo Jobs decía: “real artists, ship” o en este caso, “real artists, get”. Luis Valor ha manejado  infinidad de start-ups con una metodología lean, gerenciando equipos donde ha sabido delegar en verdaderos líderes, como Hugo “La Garza” Sosa. En definitiva: más de 20 asaltos a bancos y camiones blindados prueban la solidez de su modelo y el éxito de su visión.

Convengamos que todo lo dicho suena, cuando menos, feo.

Tomás Escobar, lider de Cuevana. Foto: Eugenio Mazzinghi

Tan feo como la nota que la Revista Rolling Stone hizo a Tomás Escobar, el fundador de Cuevana. “La historia detrás de Cuevana”, se llama. Y atención que no es la primera. Ya antes habían hecho otra titulada: “Cuevana, el gran invento argentino”. Pero como si esto fuera poco, en agosto de este año algún paparulo de la Fundación Endeavor decidió convocar a los de Cuevana como speaker de las “Endeavor Talks” . Copio textual del sitio: “Endeavor Talks, un formato innovador de charlas inspiradoras a cargo de prominentes líderes empresarios, reconocidos emprendedores y referentes sociales, que intentarán inspirar a través de sus historias y experiencias personales”.

Si Cuevana, un grupo de personas que lucran robando explicitamente contenidos que no les pertenecen (y no hablo del que comparte, sino de ganar dinero hecho y derecho en un modelo de venta de publicidad) resulta que son gente que son “reconocidos emprendedores y referentes sociales, que intentarán inspirar a través de sus historias y experiencias personales” tenemos suerte de que no hayan convocado a una persona que conozco que está revolucionando el modelo de venta retail a través de experiencias personalizadas de consumo y client management ultra personalizado. O dicho de otra manera: es un vendedor de Paco en la 1-11-14.

En pocas palabras: Cuevana no es emprendorismo de igual manera que no es emprendedor el mantero que vende copias truchas de DVD’s en la Avda. Santa Fe. Y me pone de muy, pero de muy mal humor que -como sociedad- no lo veamos así.

El futuro -y eventualmente la ley- decidirá que pasará con Tomás Escobar, Cuevana y los delitos que comete.

Pero por favor, no aplaudamos la avivada.

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1982

La Guerra de las Malvinas es un tema que siempre me interesó. No sólo por los aspectos políticos y militares sino por una novela inconclusa que, algún día terminaré y le daré el gusto a @bilinkis.

Pero lo que “El Tata” Yofre cuenta en 1982 supera -por mucho- lo que cualquier novela podría imaginar. O mejor aún: cualquier novela dramática.

Una sucesión de enredos, ignorancia -mucha, en porciones generosas y abundantes- cobardía a granel, soberbia patotera de compadrito de barrio mezclada con pepitas de heroísmo, especialmente de la Fuerza Aérea Argentina.

Eso fue la Guerra de las Malvinas, una guerra innecesaria que fue arrastrando a todos los participantes como en ese refrán chino (indio, según el sabio Sebastián Edreira) que dice que todos estaban montados en un tigre, del que si se bajaban, serían comidos.

Lleno de información, como en todos los libros de Yofre, no se juzga ni se emite opinión, sino que se presentan reuniones, documentos, actas y testimonios para que, en último término, sea el lector quién decida sobre la materia en cuestión.

En resumen: muy, muy, muy recomendable.

PS: Gracias públicas a mi padre, que sabedor de mis gustos, me regalo el libro bajo la excusa de “porque sí”.

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Speaker for the dead

Siguiendo con la línea de Ciencia Ficción que había empezado con Ender’s game, fui a la segunda parte:  Speaker of the dead.

Muy interesante, el autor vuelve sobre los temas del libro anterior: qué es la vida, qué es la inteligencia, qué es humano y cómo definimos que otra cultura alienígena es humana o inteligente.

Como dije en un post anterior: son 11 libros, pero hasta ahora, ninguno decepcionó.

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En el búnker con Hitler

Mi amada @chicaequis sabe de mi obsesión con el nazismo. Entiéndase bien: leí mucho sobre el tema, sigo leyendo y no puedo entender cómo es que un grupo de gente tan numeroso pudo abrazar la maldad más oscura de la manera más absoluta. Es facil pensar en “un malvado” pero en una nación, o buena parte de una nación que un momento se transforma en la bandera más negra de la historia contemporánea. No lo puedo entender.

Es por eso que En el búnker con Hitler me resultó interesante. Es el relato de una persona que estuvo hasta el día anterior del suicidio de Hitler en el bunker de Berlín. Bernd Freytag tenía como misión mover las simbolitos que representan tropas en los mapas. Misión media zonza, si se quiere, pero alguien tiene que hacerlo. Y este soldado (era un oficial, tampoco era un pobre muchacho) fue testigo en primera persona de las rabietas, la negación y finalmente el fin del III Reich que tan bien relatado está en la película “La Caída”.

En definitiva: si les interesa la historia vivida y narrada de primera mano, es un excelente libro.

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Las aventuras de Perón en la Tierra

No sé si hubiera llegado a este libro por mi cuenta. Por suerte, el mega-hiper talentoso Demian Aiello, que hizo el dibujo de tapa, es un amigo y me comentó de la existencia de la obra en cuestión.

Siempre me gustaron las anécdotas de Perón. Creo que, si me pusieran en los 50’s, sería más gorila que King-Kong, pero es innegable la capacidad, la astucia y la viveza que “el viejo” tenía en su vida cotidiana y política. Las aventuras de Perón en la Tierra no es nada pretencioso. Es eso: una recopilación de anécdotas divertidas algunas, más tristes otras, de Juan Domingo Perón a lo largo de sus presidencias, su exilio y finalmente su muerte.

Mi favorita (y acá corro riesgo de spoiler) es la siguiente y está tomada del libro de Juan Gasparini, David Graiver: El banquero de los Montoneros:

–A ver, López, si nos sirve un poco más de café y cuando aparezca Guerrero me lo trae…
La jarra precedió en pocos minutos al secretario general de la sección Capital de la UOM. Graiver supuso entonces que Perón lo hacía quedarse para desembarazarse pronto de los interlocutores. Las quejas de Guerrero eran otra cara de las peticiones de Miguel. El clasismo avanzaba desde el interior, sobre todo en el cordón industrial del Paraná; y el “cordobazo” se reproducía en puebladas en todos los rincones del país. La conducción de Miguel estaba demasiado identificada con un pasado de traiciones y de “peronismo sin Perón”. Se acusaba de vandoristas a sus amigos. Había que renovar, remozando la imagen para las elecciones nacionales.
El general asentía con la cabeza, en silencio. Cuando el rosario de acusaciones y alternativas para cambiar la situación culminó, Perón fue conciso:
–Vea, Guerrero, puede irse tranquilo pues cuenta con toda mi confianza. Remocemos los sindicatos para que la campaña electoral nos encuentre unidos y mancomunados.
Guerrero se percató en ese momento de que la entrevista había terminado. El general tenía otro invitado a quien atender. Satisfecho de lo conseguido, buscó el abrazo paternal, el intercambio de sonrisas y saludos, y giró sobre sus talones detrás del obsecuente López Rega que lo pondría en la calle.
Graiver, estupefacto, no salía del asombro, constataba que la realidad puede sobrepasar la alucinación. Cuando quedaron a solas, preguntó:
–Pero, general…, no entiendo… Hace un rato le dio toda la razón a Lorenzo contra Guerrero, y ahora acaba de hacer lo mismo con este… ¿No es una contradicción?
Como si llegara de un largo viaje, Perón se inclinó y apretó, condescendientemente, el brazo derecho de David. En la placidez del éxtasis señaló:
-Graiver, usted también tiene razón.
La clase de estrategia había terminado.

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Ender’s game

Una de esas noches que me paso browseando sin ton ni son, llegué a un sitio que comentaba: “los libros fundamentales de la ciencia ficción”. Curioso, decidí mirar la lista a ver “si me faltaba alguno”. Y efectivamente, me faltaba.

No conocía a Orson Scott Card y tampoco conocía la saga Ender, pero la verdad, que no me decepcionó nada: la historia es simple y compleja. La Tierra superpoblada, hizo contacto con una raza alienígena, los “buggers”, más parecidos a hormigas que hominidos. Las cosas van mal y terminamos a los tiros. Y en una academia militar muy especial, el héroe del libro Ender Wiggin, se gesta como el salvador de la cosa.

Si se fuera a juzgar el libro por el párrafo anterior, solo sería -como decía la abuela de @chicaequis– “una de platillos“, pero en realidad es una sobre la xenobiología (por rebote la xenofobia) y qué es ser humano.

En resumen: si les gusta la ciencia ficción, es uno que (era verdad) es para no perderse. Sólo un detalle: en total, si uno se engancha, son doce libros. Y leí que el autor está escribiendo el número trece.

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No va a ser igual

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El Kindle de Gutenberg

Johannes Gutenberg y su Kindle Touch (credit: Juanjo Gonnet)

Es raro ser testigo de la misma situación dos veces.
No hablo de dos veces comer ravioles, o dos veces pisar caca de perro, sino de esas clase de dos veces “dificiles de repetir”, como estar dos veces en barcos que se hunden, dos veces ser mordido por tiburones o dos veces ser testigo de como una industra no sabe adaptarse a los tiempos que corren y desaparece.
La primera vez que lo vi, fue con la industria musical. Durante años vendieron CD’s con sólo una canción decente en el disco. Cobraron lo que quisieron y se la gastaron toda en sexo, drogas y más rock’n’roll para hacer más CD’s. Pero -como diría Moris– un día llegó el hombre no con sus jaulas, sino con el algoritmo de compresión MP3. Y la industria de la música se negó a creer que -eventualmente- la gente bajaría archivos de tres megabytes. Y después llegaron las redes peer-to-peer: los Kazaa, los E-mule, los Rapidshare. Y à-la-Martin Niemöller, al principio no les importó porque a ellos no les tocaba, pero cuando se qusieron dar cuenta, ya era tarde. Y así fue como toda la industria de la música como se había conocido desde la invención del disco de pasta, había desaparecido para no volver. Puf. Not with a bang but a whimper.
Hace unas semanas, tuve el gusto de escuchar dos conferencias sobre el tema de e-books. La primera en el marco de la Conferencia Editorial 2011 organizada por la Dirección de Industrias Creativas del Gobierno de la Ciudad. La sesión se llamaba: “Migrar al e-book – El mercado argentino y su tránsito a las nuevas tecnologías” y participaban Damián Ríos (Blatt & Ríos), Hinde Pomeraniec (Norma), Marcelo Bernstein (Librería Paidós) y moderaba Diego Rottman. La otra conferencia fue en el marco del Social Media Week en Buenos Aires, y participaban Sergio Vázquez (representante en Argentina de los e-readers Papyre) Ecequiel Leder Kremer (librería Hernández), Sergio Melzner (autor de Emprender en Internet) y el buen amigo German Echeverría (director de Autores de Argentina).
En ambos casos disfruté la charla muchísimo, pero me sorprendió ver la misma postura por parte de Marcelo Bernstein de Paidós y Ecequiel Leder Kremer de Librería Hernandez. Tanto Leder como Bernstein, planteaban que los e-books no podían venderse a un precio menor que el libro de papel. La razón era simple: “¿cómo se podía, de otra manera, mantener la estructura de costos de los locales, el personal, el deposito? Tal vez, el día de mañana” -sostenían- “se podrían bajar los precios, pero cuando haya la suficiente cantidad de e-readers en el mercado como para suplantar una venta por volumen”.
O dicho más corto: nos queremos suicidar. De a poquito. Y que nos duela.
En el caso de Warner, Sony, EMI y Universal, al menos tienen la excusa de que no tenían un referente, no existía un caso previo en el cual verse reflejados y decir: “¡Uh, si a ellos les pasó esto, a mi me puede pasar lo mismo!”. Los sellos discográficos pagaron el precio de la primera vez. Pero la industria editorial está pecando de miope. No sólo aquí en Argentina, sino en el mundo.
Resistirse a vender un e-book por un precio mucho menor que el libro de papel (¿un 30%, un 40%?) lo único que genera es incentivar la piratería. La ecuación es simple:

(precio > pereza por buscarlo) = pirateo

y al revés:

(precio < pereza por buscarlo) = compro.

Lo que las editoriales no ven es que si me quieren cobrar un libro digital el mismo precio que un libro papel, no voy a decir: “¡Oh diantres, dado que no lo puedo conseguir de otra manera y estoy en un mercado de oferta limitada, deberá comprarlo en la librería digital!”. La reacción del eventual lector, por el contrario, será más parecida a: “¡Qué caterva de chorros! ¡Qué se guarden sus libros allí donde el sol no llega (los depositos, claro)!” y acto seguido pondrá en el casillerito de Google: nombre del libro + .epub  + .mobi + download. Listo. No hay más nada que hablar.
¿Cuál sería la única manera de combatir esto? Poniendo el e-book a un precio tal que el proceso de búsqueda, bajada, enchufada de e-reader a la PC y transferencia de archivo no me pague el esfuerzo. No tengo ni idea de cuál será ese número mágico. Pero sé con certeza cuál fue para la música, de manos de Steve Jobs y iTunes: u$s 0,99 por canción.
Por supuesto que esto implica un cambio importante. Recuerdo una frase de Marcelo Bernstein en la conferencia: “¿Qué se pretende entonces, qué cierre mi local a la calle y que simplemente ponga una oficina con cuatro computadoras?”. Lo preocupante fue el desdén que sentí cuando lo dijo, como si “una oficina con cuatro computadoras” fuera todo lo contrario a una librería.
Las librerías siempre seguiran existiendo porque me brindaran una experiencia, una “curación” de la oferta editorial, un consejo del librero en quién confío o simplemente porque me gusta ir.
Para todo lo demás, existirán librerías como Barnes & Noble. O Amazon. Que son las mayores bocas de expendio de literatura del mundo. Y que a la sazón -para el terror de la industria- comenzaron como una oficina, con cuatro computadoras.
Aunque ahora, creo, ya tienen algunas más.

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