Si suena, pero no se lee ¿es un libro?
Hace unos días, gracias a la enorme generosidad de mi amigo Santiago Troncar, tuve la oportunidad de probar -por primera vez- la experiencia del audiobook (le podemos decir audiolibro, que no pasa nada). En este caso, era uno de Seth Godin llamado “Poke the Box“, que tiene como premisa “menos tralalá y más hacer”, para decirlo corto y rápido.
Como tenía que ir en un vuelo a Asunción para dar una charla (tema que será de otro post aparte), me coincidía exactamente la duración de audiolibro con el lapso del viaje. Encerrado en un tubo de aluminio presurizado durante 2 horas, usé la capacidad de reproducir audio del Kindle y me entregué a las manos (a la voz, debería decir) del buen Seth, que no sólo era autor, sino que también era el narrador. Y único lector.
Y ahí está la cosa.
El que leyó “Poke the Box” no fui yo. Seguro que puedo contar de qué trata el libro, puedo incluso hacer un review, pero no leí nada. Asistí a una conferencia de Seth Godin. Una conferencia que duró dos horas. Pero no fue un acto de lectura, fue un acto de escucha. Y si no se lee, no sé si está bien llamarlo libro. Audioconferencia, tal vez. Audiosarasa. Pero no audiolibro.
Entiendo que -con la misma fuerza de este argumento- cualquier lector de este blog puede decir: “Ahhh, claro, ahora te hacés el conservador, pero bien que hace unos posts nomás estabas alabando el Kindle como e-reader diciendo que era el mejor invento del mundo desde la leche en polvo y los antibióticos. ¿Ves como sos? Si amás al objeto libro, no podés amar ninguna de estos formatos apóstatas. El papel es papel, viejo“.
Y si alguien me argumentara eso, le diría que no es así. La experiencia que -al menos a mi- me transporta al Shangri-La de la felicidad es la lectura. Puede ser la lectura del diario, puede ser la lectura de un libro papel, puede ser la lectura de un comic. Leer. No me importa el soporte, pero siempre leer. Y es ahí donde el audiolibro me falla. Si bien es el mismo contenido, no ejercí el músculo lector, la mecánica de mover los ojos de lado a lado, de cambiar de página (sea mojándome el dedo, sea haciendo click).
En resumen, a mi amigo Santiago le doy las gracias. Primero porque lo que decía Godin estaba bueno, me hacía falta escucharlo y una vez más, le voy a deber un favor moral. Y segundo, porque sé que ni loco me compro un audiolibro, salvo que -espero que nunca me pase- alguna razón de fuerza mayor me impida leer.
¿Te gustó? ¡Compartilo ahora mismo!