No sé si hubiera llegado a este libro por mi cuenta. Por suerte, el mega-hiper talentoso Demian Aiello, que hizo el dibujo de tapa, es un amigo y me comentó de la existencia de la obra en cuestión.
Siempre me gustaron las anécdotas de Perón. Creo que, si me pusieran en los 50’s, sería más gorila que King-Kong, pero es innegable la capacidad, la astucia y la viveza que “el viejo” tenía en su vida cotidiana y política. Las aventuras de Perón en la Tierra no es nada pretencioso. Es eso: una recopilación de anécdotas divertidas algunas, más tristes otras, de Juan Domingo Perón a lo largo de sus presidencias, su exilio y finalmente su muerte.
Mi favorita (y acá corro riesgo de spoiler) es la siguiente y está tomada del libro de Juan Gasparini, David Graiver: El banquero de los Montoneros:
–A ver, López, si nos sirve un poco más de café y cuando aparezca Guerrero me lo trae…
La jarra precedió en pocos minutos al secretario general de la sección Capital de la UOM. Graiver supuso entonces que Perón lo hacía quedarse para desembarazarse pronto de los interlocutores. Las quejas de Guerrero eran otra cara de las peticiones de Miguel. El clasismo avanzaba desde el interior, sobre todo en el cordón industrial del Paraná; y el “cordobazo” se reproducía en puebladas en todos los rincones del país. La conducción de Miguel estaba demasiado identificada con un pasado de traiciones y de “peronismo sin Perón”. Se acusaba de vandoristas a sus amigos. Había que renovar, remozando la imagen para las elecciones nacionales.
El general asentía con la cabeza, en silencio. Cuando el rosario de acusaciones y alternativas para cambiar la situación culminó, Perón fue conciso:
–Vea, Guerrero, puede irse tranquilo pues cuenta con toda mi confianza. Remocemos los sindicatos para que la campaña electoral nos encuentre unidos y mancomunados.
Guerrero se percató en ese momento de que la entrevista había terminado. El general tenía otro invitado a quien atender. Satisfecho de lo conseguido, buscó el abrazo paternal, el intercambio de sonrisas y saludos, y giró sobre sus talones detrás del obsecuente López Rega que lo pondría en la calle.
Graiver, estupefacto, no salía del asombro, constataba que la realidad puede sobrepasar la alucinación. Cuando quedaron a solas, preguntó:
–Pero, general…, no entiendo… Hace un rato le dio toda la razón a Lorenzo contra Guerrero, y ahora acaba de hacer lo mismo con este… ¿No es una contradicción?
Como si llegara de un largo viaje, Perón se inclinó y apretó, condescendientemente, el brazo derecho de David. En la placidez del éxtasis señaló:
-Graiver, usted también tiene razón.
La clase de estrategia había terminado.