Es raro ser testigo de la misma situación dos veces.
No hablo de dos veces comer ravioles, o dos veces pisar caca de perro, sino de esas clase de dos veces “dificiles de repetir”, como estar dos veces en barcos que se hunden, dos veces ser mordido por tiburones o dos veces ser testigo de como una industra no sabe adaptarse a los tiempos que corren y desaparece.
La primera vez que lo vi, fue con la industria musical. Durante años vendieron CD’s con sólo una canción decente en el disco. Cobraron lo que quisieron y se la gastaron toda en sexo, drogas y más rock’n’roll para hacer más CD’s. Pero -como diría Moris– un día llegó el hombre no con sus jaulas, sino con el algoritmo de compresión MP3. Y la industria de la música se negó a creer que -eventualmente- la gente bajaría archivos de tres megabytes. Y después llegaron las redes peer-to-peer: los Kazaa, los E-mule, los Rapidshare. Y à-la-Martin Niemöller, al principio no les importó porque a ellos no les tocaba, pero cuando se qusieron dar cuenta, ya era tarde. Y así fue como toda la industria de la música como se había conocido desde la invención del disco de pasta, había desaparecido para no volver. Puf. Not with a bang but a whimper.
Hace unas semanas, tuve el gusto de escuchar dos conferencias sobre el tema de e-books. La primera en el marco de la Conferencia Editorial 2011 organizada por la Dirección de Industrias Creativas del Gobierno de la Ciudad. La sesión se llamaba: “Migrar al e-book – El mercado argentino y su tránsito a las nuevas tecnologías” y participaban Damián Ríos (Blatt & Ríos), Hinde Pomeraniec (Norma), Marcelo Bernstein (Librería Paidós) y moderaba Diego Rottman. La otra conferencia fue en el marco del Social Media Week en Buenos Aires, y participaban Sergio Vázquez (representante en Argentina de los e-readers Papyre) Ecequiel Leder Kremer (librería Hernández), Sergio Melzner (autor de Emprender en Internet) y el buen amigo German Echeverría (director de Autores de Argentina).
En ambos casos disfruté la charla muchísimo, pero me sorprendió ver la misma postura por parte de Marcelo Bernstein de Paidós y Ecequiel Leder Kremer de Librería Hernandez. Tanto Leder como Bernstein, planteaban que los e-books no podían venderse a un precio menor que el libro de papel. La razón era simple: “¿cómo se podía, de otra manera, mantener la estructura de costos de los locales, el personal, el deposito? Tal vez, el día de mañana” -sostenían- “se podrían bajar los precios, pero cuando haya la suficiente cantidad de e-readers en el mercado como para suplantar una venta por volumen”.
O dicho más corto: nos queremos suicidar. De a poquito. Y que nos duela.
En el caso de Warner, Sony, EMI y Universal, al menos tienen la excusa de que no tenían un referente, no existía un caso previo en el cual verse reflejados y decir: “¡Uh, si a ellos les pasó esto, a mi me puede pasar lo mismo!”. Los sellos discográficos pagaron el precio de la primera vez. Pero la industria editorial está pecando de miope. No sólo aquí en Argentina, sino en el mundo.
Resistirse a vender un e-book por un precio mucho menor que el libro de papel (¿un 30%, un 40%?) lo único que genera es incentivar la piratería. La ecuación es simple:
(precio > pereza por buscarlo) = pirateo
y al revés:
(precio < pereza por buscarlo) = compro.
Lo que las editoriales no ven es que si me quieren cobrar un libro digital el mismo precio que un libro papel, no voy a decir: “¡Oh diantres, dado que no lo puedo conseguir de otra manera y estoy en un mercado de oferta limitada, deberá comprarlo en la librería digital!”. La reacción del eventual lector, por el contrario, será más parecida a: “¡Qué caterva de chorros! ¡Qué se guarden sus libros allí donde el sol no llega (los depositos, claro)!” y acto seguido pondrá en el casillerito de Google: nombre del libro + .epub + .mobi + download. Listo. No hay más nada que hablar.
¿Cuál sería la única manera de combatir esto? Poniendo el e-book a un precio tal que el proceso de búsqueda, bajada, enchufada de e-reader a la PC y transferencia de archivo no me pague el esfuerzo. No tengo ni idea de cuál será ese número mágico. Pero sé con certeza cuál fue para la música, de manos de Steve Jobs y iTunes: u$s 0,99 por canción.
Por supuesto que esto implica un cambio importante. Recuerdo una frase de Marcelo Bernstein en la conferencia: “¿Qué se pretende entonces, qué cierre mi local a la calle y que simplemente ponga una oficina con cuatro computadoras?”. Lo preocupante fue el desdén que sentí cuando lo dijo, como si “una oficina con cuatro computadoras” fuera todo lo contrario a una librería.
Las librerías siempre seguiran existiendo porque me brindaran una experiencia, una “curación” de la oferta editorial, un consejo del librero en quién confío o simplemente porque me gusta ir.
Para todo lo demás, existirán librerías como Barnes & Noble. O Amazon. Que son las mayores bocas de expendio de literatura del mundo. Y que a la sazón -para el terror de la industria- comenzaron como una oficina, con cuatro computadoras.
Aunque ahora, creo, ya tienen algunas más.
Excelente artículo, Ramiro. Lo que contás de “qué quieren, que cierre mi local?” a la vez me impacta pero no me sorprende. Es increíble cómo el que más sabe de algo, pero por la misma razón tiene más “vested interest” en el matenimiento del statu quo termina fracasando en un contexto nuevo por las mismas razones que fue exitoso en un contexto anterior y no puede ver el tren que viene mientras toma solcito acostado en la vía.
El problema de esta industria es que mueve volúmenes bastante menores que la música. Y al número mágico que evita la piratería multiplicado por la cantidad de ejemplares que vende la enorme mayoría de los libros no será rentable escribir. Y los escritores no tienen, como sí los músicos, la chance de ganar con giras o merchandising. Es decir, la crisis de esta industria va a ser muuuusho peor. Pero en lo único en que discrepo con vos es en que afirmes que la librería nunca va a morir. Está lleno de conceptos de retail que murieron cuando una innovación los dejó obsoletos (el “barber shop” comes to mind). Las librerías VAN a desaparecer y sooner rather than later! Porque si algo no le hace falta al grave problema de “economics” del libro son locales, empleados mal capacitados y depósitos. Todo lo contrario!
Yo creo que el esquema más probable no es el de un “iTunes” de libros sino la desentralización absoluta, con el libro del autor al lector a cambio de una módica suma, salvo para los best sellers.
Excelente nota! Gracias!
Santi:
Estoy de acuerdo en todo lo que estás de acuerdo conmigo, pero no estoy de acuerdo en lo que me llevás la contra 🙂
Sólo tomando el ejemplo de los barber shops, fijate lo que encontré en una ciudad como Nueva York:
http://trumans-nyc.com/
http://www.nyshavingcompany.com/
http://www.theartofshaving.com/
http://spiffnyc.com/
Cuatro locales que te brindan una experiencia (más cercana al spa) donde te afeitan con todos los firuletes.
Estoy convencido que las librerías van a ir por el mismo camino: super especializadas, con mucha atmósfera, con mucho conocimiento… en definitiva: experiencias puras.
Me alegro mucho que te haya gustado el post.
Abrazo,
Ramiro
Gran artículo Ramiro!
No nos olvidemos también que el otro en sufrir este “efecto digital” fue la industria de películas/tv/videoclub. Hemos visto caer a gigantes como Blockbuster x ej… Que incluso perdió a manos de una “oficina con 4 computadoras” (Netflix).
Amiguete, como se decía en American Beauty, “nunca subestimes el poder de negación”. Sumale un poco de avaricia (ejem, espíritu emprendedor) y la mesa está servida.
Como dice el amigo José, otro gran ejemplo es el de las películas, cosa que me toca vivir de cerca este año. Los estudios te piden enormes mínimos garantizados para hacer negocios de VOD…, mientras en ArgieLand “gana” un fenómeno simpático pero ilegal como Cuevana, y mientras Netflix anuncia sus precios en “ARS” durante el prime time.
Volviendo a los libros, hay un elemento atávico al que yo no le encuentro la vuelta. Me banco el mp3 sin el “arte”, pero no puedo separar la novela del placer de hojear las páginas. A veces un negocio parece del futuro pero tiene anclajes culturales en el Mesozoico.
Qué bueno que vuelvas a escribir. Abrazo!
No creo que el precio tenga que ver. Si un libro no me interesa por muy barato que sea no lo voy a comprar. Creo que aún no hay una costumbre generacional de leer en digital (al menos no en mi ciudad) Yo estoy haciendo un gran esfuerzo y me cuesta mucho acostumbrarme. No hay modo de comparar un teléfono inteligente o un ereader con un montón de pdfs adentro que un libro (UNO) en la mesa de luz. El libro impreso sigue teniendo un valor en tanto “objeto”, cosas ambas que cambiarán en los próximos años cuando lo común sea tener e-readers, tablets o teléfonos inteligentes.